Rearme sin debate

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Al final, el Gobierno ha optado por subir este año y de una tacada el gasto militar hasta al dos por ciento del PIB. Una decisión inevitable si se quiere seguir formando parte del club atlántico. La realidad se ha impuesto a las fantasías de Sánchez y a su cacareada exigencia de pagar el rearme con nueva mutualización de deuda europea. Bruselas no está ya para caprichos ni excepcionalidades, cada palo debe aguantar su propia vela. Y la vela del rearme requiere no solo de fondos, también precisa legitimidad política. En cualquier democracia que se respete, que lo sea realmente, la legitimidad la aporta el Parlamento, pero Pedro Sánchez decidió hace ya tiempo que el Parlamento le incomoda. Sostener la idea de que el suyo es un gobierno de progreso, fuertemente comprometido por causas y objetivos comunes, es absolutamente incompatible con lo que sucede en el Parlamento cada vez que se plantea algo que suponga ir más allá de los discursos.

Al final, el Gobierno ha optado por subir este año y de una tacada el gasto militar hasta al dos por ciento del PIB. Una decisión inevitable si se quiere seguir formando parte del club atlántico. La realidad se ha impuesto a las fantasías de Sánchez y a su cacareada exigencia de pagar el rearme con nueva mutualización de deuda europea.

Bruselas no está ya para caprichos ni excepcionalidades, cada palo debe aguantar su propia vela. Y la vela del rearme requiere no solo de fondos, también precisa legitimidad política. En cualquier democracia que se respete, que lo sea realmente, la legitimidad la aporta el Parlamento, pero Pedro Sánchez decidió hace ya tiempo que el Parlamento le incomoda.



Sostener la idea de que el suyo es un gobierno de progreso, fuertemente comprometido por causas y objetivos comunes, es absolutamente incompatible con lo que sucede en el Parlamento cada vez que se plantea algo que suponga ir más allá de los discursos. Unas veces quienes la lían son la izquierda asirocada, otras los socios indepes, decididos a sostener su inanidad política sobre la humillación política del Estado. Sánchez, que es un tipo tan listo que se sacó el doctorado sin disparar chapa, ha decidido que preguntar a sus señorías lo que piensan de sus decisiones es una formalidad anticuada, un engorro, un trámite que puede sortearse.

Ya ha sobrevivido a otras muchas irregularidades con la misma cara de póker. El aumento del gasto en Defensa no es un asunto menor: son miles de millones de euros, un compromiso estratégico de largo alcance, una reestructuración de prioridades presupuestarias que condicionará todo lo demás. No es solo dinero: es un cambio de modelo, supone implicarse en las responsabilidades colectivas de la seguridad europea, algo que hasta ahora ningún gobierno español desde Felipe González se había tomado demasiado en serio.

Que algo tan importante, algo que va a condicionar el gasto público durante décadas no se discuta y vote en sede parlamentaria es una desvergüenza. Más aún cuando se han hecho cambios de forma opaca, para cumplir con Bruselas y llegar a la cumbre de la OTAN de junio sin despeinarse, ni despeinar al socio o al votante. Gobernar sin que se note demasiado qué es lo que sostiene en el poder, esa la gran especialidad del sanchismo.

En un mundo donde Putin ha borrado la frontera entre guerra fría y guerra a secas, Europa tiene que espabilar. Nadie sensato discute la anemia militar europea, nuestra dependencia del paraguas nuclear norteamericano. Pero hacer lo contrario de lo que se ha dicho hasta ayer que no se iba a hacer nunca -otra especialidad sanchista- agota la paciencia del más pintado.

Por eso se debe exigir claridad, debate público, y un pacto de Estado sobre rearme, porque se habla de cuestiones trascendentes, como lo fue el cambio de posición española sobre el Sahara, sin que jamás hayamos sabido qué la provocó, más allá de una colección de espeluznantes chismes y rumores sobre teléfonos de Moncloa intervenidos por Marruecos con tecnología israelí. Cuando hablamos de rearme no estamos hablando de un decreto técnico ni de la modificación de un presupuesto prorrogado. Es una decisión que afecta al conjunto de las prioridades del Estado, y que tiene consecuencias en todos los órdenes: ¿qué servicios públicos se verán recortados para pagar nuevos contratos militares? ¿Qué impacto tendrá en la deuda pública? ¿Cómo se controlarán los contratos con la industria? ¿Qué papel jugarán las empresas españolas? ¿Habrá retorno económico para el país o solo gasto? ¿Qué compromisos se asumen ante la OTAN y ante EEUU? Nada de eso se ha explicado.

Nada de eso se ha debatido. Se impone como todo: por decreto, por anuncio, por costumbre. Sánchez afronta las decisiones importantes justo al revés de cómo debería hacerlo un estadista.

Las mete en el congelador institucional: ni debate, ni votación, ni responsabilidad compartida. Solo una nota de prensa, palabras ampulosamente vagas y silencio. Lo que persigue ahora es evitar que se note que ya no tiene una mayoría parlamentaria coherente.

Que vive en la cuerda floja, sostenido por apoyos puntuales, contradictorios, incompatibles entre sí, incapaces de sostener una política exterior o de defensa mínimamente estable. Imaginen el espectáculo: llevar el gasto militar al Congreso para que Bildu y Podemos voten que no, Esquerra se abstenga, Sumar se rompa en dos mitades, el PSOE aplauda y Junts se levante unos cuantos miles de kilillos. Es poner en evidencia el teatro de la incoherencia en el que Sánchez actúa con más éxito de público que de crítica.

Así que mejor evitar que eso suceda. Sánchez prefiere no enseñar las costuras de su repertorio y vestuario, aunque ya huelan a alcanfor. Tiene pánico a evidenciar que, en los grandes asuntos -rearme, migración, política energética, relaciones exteriores-, solo puede gobernar si pacta con el PP.

Y eso, para un tipo que vive en el relato de que todo lo que no está con él es fango, ultraderecha y/o fascismo, resulta directamente letal..