Lo ‘woke’ y la motosierra de Milei

«Even though you go through struggle and strife / To keep a healthy life, I stay woke(I stay woke) / Everybody knows a black or white, [...]

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« Even though you go through struggle and strife / To keep a healthy life, I stay woke (I stay woke) / Everybody knows a black or white, there’s / Creatures in every shape and size (I stay woke) » O: Aunque afrontes luchas y batallas / para mantener una vida sana, me quedo despierta (me quedo despierta) / Todo el mundo conoce a un blanco o a un negro, hay / criaturas de todas las formas y tamaños (me quedo despierta). Son las estrofas del tema Master Teacher de Erykah Badu, lanzado en 2008. «Alerta», «conciencia» de cómo muchos asuntos relativos a la justicia social afectan a los negros en los Estados Unidos.

Ese es el sentido original del término woke , una noción que, del lenguaje vernáculo de los africano-americanos, saltó a la discusión política con una virtud que es también vicio: englobar demasiadas cosas heterogéneas. Así, y por poner solo un ramillete de ejemplos: desde la censura al uso de ciertos disfraces en Halloween a la obligación de usar pronombres de elección, o suscribir el decrecentismo como solución frente al cambio climático pasando por la demanda de que se elimine el nombre de David Hume de un edificio de la Universidad de Edimburgo por supremacista blanco. Y también por dar pábulo a una actitud inquisitorial sobre la calidad moral ajena que se revelaría en su uso del lenguaje políticamente correcto , despistante, pues, frente a lo más urgente e importante en términos de justicia social; un mero «alertarse», inoperante en el fondo, y con el único afán de seguir mandando señales al mundo, a través de las redes sociales, de cuán virtuosos somos.



Lo denunció alguien no precisamente sospechoso, Barack Obama, allá por 2019 en un encuentro con jóvenes universitarios. «El mundo es un desorden, hay ambigüedades..

. y la gente a la que os enfrentáis puede que tenga mucho en común con vosotros..

. Si todo lo que se hace es tirar piedras, probablemente no llegaremos demasiado lejos». Pues bien, cunde la sensación, al menos yo la tengo, de que mucho del actual antiwokismo comete un pecado muy semejante: la autocomplacencia del antiwokista que piensa que cualquiera de los errores o desmanes del oponente político es inmediatamente cancelable con el expediente de tildarlo de woke o wokismo .

Es, al cabo, el mismo tipo de perezosa actitud política e intelectual que padece quien considera «facha» a todo el que se oponga a alguna, muchas o la mayoría de las políticas que, bajo el siempre atractivo rubro de «progresista», despliega una formación política así auto-calificada o una ad hoc coalición de intereses inconciliables pero útil temporalmente. «Es sorprendente que Milei que se reclama liberal o libertario, sea tan poco matizado, si es que no groseramente incoherente» He confirmado esta sensación escuchando atentamente el, por momentos delirante, discurso del presidente Milei en el Foro de Davos. Un discurso montaraz, aguerrido, marca de la casa, tan desprovisto de matices y finura como esa motosierra con la que célebremente ilustraba su voluntad de cambio en Argentina.

Y es que, en esos minutos de advertencias, afirmaciones apodícticas, apelaciones al «sentido común» y regañinas a diestro y siniestro (sobre todo sinistra ) hubo de todo y bien heterogéneo: desde la insistencia en que no hay «fallos de mercado» a la censura del ecologismo, o la práctica del aborto y los peligros del fenómeno migratorio. Y lo cierto es que, en relación con estos dos últimos asuntos, es sorprendente que alguien como Milei que se reclama -a veces indistintamente- liberal o libertario, sea tan poco matizado, si es que no groseramente incoherente: para cualquiera que tenga a los derechos de libertad o propiedad como condiciones pre-políticas absolutas de la legitimidad del Estado, poner obstáculos a la libre circulación de personas, u obligar a las mujeres –y solo a las mujeres- a que otros puedan usar su cuerpo para sobrevivir, es, cuanto menos, problemático. El Estado – un burócrata en los términos de Milei- no debe poner sus sucias manos en un mercado que, según él, no tiene fallos (o si los tiene son sólo en la mente del político que nunca dispondrá de un mecanismo más eficiente en la producción o asignación de recursos).

Pero pensemos entonces en el ejercicio transfronterizo de esas libertades absolutas: ¿Por qué sí cabe esa intervención del Estado, y con muros bien altos, cuando un empresario, pongamos de Silicon Valley, quiere contratar a un trabajador indio, o el dueño de una explotación agrícola en la pampa argentina a un bracero paraguayo? Si castigamos penalmente a todas las mujeres que abortan en cualesquiera las circunstancias, ¿cómo es que no metemos en la cárcel a quienes se pudieran negar a donar un riñón o sangre a su hijo que de otro modo morirá? Pero lo peor llegó cuando, a propósito de la ideología de género, Milei hizo referencia a la reciente condena a 100 años de cárcel a la pareja gay formada por William y Zachary Zulock por haber abusado sexualmente de sus hijos adoptados. De ahí, en un salto mortal, a la afirmación de que quienes abrazan dicha ideología en sus versiones más extremas «son pedófilos» . «Que nos una el espanto no ha de aborregarnos en comunión con los mesiánicos de ocasión» Y es que uno puede compartir que lo que llama «ideología de género» ha derivado en leyes y políticas públicas equivocadas, censurables, incluso delirantes y profundamente desigualitarias como las que permiten la auto-identidad de género como manera de contar institucionalmente como hombre o mujer, o que admiten la posibilidad de hormonar a menores o que puedan ser sometidos a cirugías de reasignación de género.

En ese sentido, cabe aplaudir la orden ejecutiva que inmediatamente a su toma de posesión dictó Trump bajo el título «En defensa de las mujeres frente al extremismo de la ideología de género y la restauración de la verdad biológica en el gobierno federal», pero ¿qué tendrá ello que ver con las justas reivindicaciones de gays y lesbianas relativas a su no discriminación por razón de orientación sexual? Cuando Milei saca a colación la abominable conducta de esta pareja estadounidense –una entre millones de familias no heterosexuales que no han dado sino amor y cuidados a sus hijos- ¿quiere con ello promover la prohibición de la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo, o que puedan tener hijos mediante el uso de técnicas de reproducción humana asistida? ¿Y ello bajo la bandera de la libertad y del liberalismo? Esas mismas generalizaciones ilegítimas acerca del comportamiento de los hombres heterosexuales a partir de casos singulares de violencia doméstica, han sido precisamente el santo y seña ideológico del peor feminismo que tanto denuncia el presidente argentino y muchos de sus adeptos. Afirma Milei que llegó el tiempo de extirpar el «cáncer del wokismo», pero, así como los tumores, cuando tienen abordaje quirúrgico, requieren de buen diagnóstico y no de bravuconadas; de imagen precisa y no de brochazo, y, en su caso, de bisturí y no de una motosierra , así la extirpación de lo que de malo o maligno haya en el «wokismo» precisa de mejores argumentos y datos y de no incurrir en el mismo pecado que se denuncia. El vicio del discurso woke ha sido, como ha explicado bien Douglas Murray, el vicio del «colectivismo», la no separabilidad de las personas, diríamos con Rawls: pensar que sólo por el hecho de compartir un rasgo identitario todos los intereses de los integrantes del grupo así configurado –las mujeres, los negros, los gays- han de converger.

Pues no: y mutatis mutandis para quienes con buenas razones se oponen a las muchas derivas reaccionarias del dizque progresismo. Que nos una el espanto no ha de aborregarnos en comunión con los mesiánicos de ocasión..